martes, 5 de septiembre de 2017

Una de JuanGa en el día de los abuelos

Hace un año se fue El Divo de Juárez, su legado aún sigue vivo. Su música marcó mi vida en un momento muy especial. Ver a JuanGa en el escenario fue espectacular, compartirlo con mis abuelos fue maravilloso.


Mis abuelos me contaban de sus gustos musicales; a mi abuela le encantaba Vicente Fernández, me platicaba cómo lo conoció, las veces que pudo disfrutar un concierto de él y sus canciones favoritas. 

Mi abuelo en cambio siempre fue más reservado, platicaba de la música en general y era muy velada su emoción cuando se trataba de algún artista. Si llegaba con un cd bajo el brazo, ya sabíamos que había estado escuchando la música de ese artista y le había llamado la atención. Él era muy ecuménico, podía tener discos tan variados desde Lola Beltrán hasta Lou Vega, su guilty pleasure era el mambo number 5.

Pero si de música mexicana se trataba, ellos adoraban a JuanGa. Les encantaba el disco que sacó de su concierto en Bellas Artes. Y siempre me decían lo mucho que les gustaría asistir a un concierto...un buen día se pudo. 

Ese día fue por demás especial. No solo estaban emocionados por el evento sino también sería la primera vez que pisarían el Coloso de Reforma. 

Mi abuelo ya tenía problemas en su vista, cosa que nos preocupaba porque pensamos que no alcanzaría a ver todo; las pantallas dispuestas junto al escenario fueron suficientes para que él lo viera sin ningún problema.

Pudo disfrutar como niño de la velada, se impresionaba de lo bien que se sabía mi hermana las letras de las canciones y, en un momento, me agarró del brazo y me dijo cuán maravillosa era la arquitectura del lugar. Hija, nunca pensé en entrar a ver el auditorio por dentro. ¿Te gusta abue?, ¡claro! Es impresionante.

Esa noche fue completa, el Divo cantó las canciones favoritas de mis abuelos, no se cayó pero dio un show maravilloso. No cabe duda que lo suyo era eso, ser una reina en el escenario. 

El concierto lo despidió con el Noa Noa, cuando íbamos de regreso a casa seguíamos tarareando sus canciones. 

Nunca olvidaré esa noche. La sonrisa de mis viejos, nuestro primer concierto con ellos en ese lugar y la magia de la música de JuanGa ahora acompañando mis recuerdos.

lunes, 26 de junio de 2017

La clase de Matemá-Tri-cas

La copa confederaciones está transmitiéndose en la televisión. Hace un par de días, mientras se jugaba el partido entre México y Nueva Zelanda, recordé mis días de secundaria y las ansias de seguir a mi selección. 

Como hace unos cuantos años ya de esto, no recuerdo bien si se jugaba un mundial o la misma copa, lo que sí recuerdo son las estrategias que mis compañeros y yo usábamos para estar al pendiente de los partidos de futbol.

Eran todavía años sin celular ni tabletas, vaya, no era la Edad de Piedra. Para ubicarnos en el tiempo los discman estaban de moda. ¿Ven? Aún soy muy joven. 

Recuerdo muy bien ese día, la selección mexicana jugaba por ahí de las diez de la mañana. Nosotros en clase de matemáticas y con la maestra más exigente de todas, o por lo menos eso nos hacía creer. Siempre con el carácter duro, el ceño rígido y sus gises de colores para explicar las ecuaciones de segundo grado. 

Miss, ¿podemos pedir la sala de audiovisuales para ver el partido? ¿Nos da chance de verlo en su clase? Fueron las plegarias de nosotros, muchachos con mucha fe y un rotundo NO como respuesta. ¡Ándele, Miss no sea malita! De nuevo la negativa y ahora con la amenaza de un punto menos si seguíamos insistiendo.

Miss 1- alumnos 0

¡Ah! Pero alguien por ahí sacó un radio portátil y se puso un audífono blanco. Sintonizó la estación y todo iba bien. Levantó el pulgar a sus amigos y en un segundo todo el salón ya sabía que tendríamos reseña a señas. 

La clase continuaba, X despejaba a Y mientras Luis García hacía un tiro de media distancia. El problema fue, cuando al cobrar el disparo, el grito ahogado de mi compañero, y su evidente audífono blanco, lo descubrían ante la maestra y le quitaron el radio. 

Y nos fuimos al medio tiempo. 

En la última fila del salón se planeaban las estrategias para la segunda parte del partido. Una tele portátil sin sonido parecía nuestra salvación pero se quedó sin batería. 

De pronto, el jugador estrella logró esconder un audífono negro entre la manga de su suéter. Recargó su cabeza a modo de gesto aburrido sobre su mano izquierda, tapando el cable y devolviéndonos la esperanza del partido. 

Miss 1 - alumnos 1. Se empieza a calentar el asunto. 

Ya con el pizarrón lleno de colores y resueltas Dios sabe cuántas incógnitas, la Miss nos daba la espalda, enfrascada en terminar el último problema que encontró en el Baldor. 

De pronto el jugador estrella se pone nervioso y hace un ademán. Todo el salón reacciona atento al movimiento. Marcaron penal. 

La maestra algo sospechó y volteó hacia el grupo examinándonos uno a uno, tratando de descubrir lo que tramábamos. Nada vio y continuó con lo suyo. 

Y fue en ese momento cuando el portero no adivinó la trayectoria del balón y entró a la portería hasta donde las arañas hacen su nido.

Nuestro compañero alzó las manos con los puños cerrados, cerró los ojos y musitó "gol".

La alegría inmensa de todo el salón imitó el movimiento. El espacio se llenó de alegría a señas y brazos agitados por la emoción.

Como en cámara lenta, repitiendo la jugada, la Miss giró su cabeza y todos estábamos con los brazos abajo y miradas atentas al pizarrón. Nunca se dio cuenta de la celebración. 

El silbato marcó el final del partido y la clase de matemáticas. Cuando la maestra abandonó el salón, gritamos de alegría y saltamos al grito de ¡México, México! 

Miss 1-alumnos 2. 

Ese marcador nos supo a gloria. Claro, tanto escándalo regresó a la maestra y nos calló, pero el sabor a victoria ya inundaba nuestro paladar. ¡Benditas travesuras!

Desafortunadamente yo no terminé de ver el partido entre México y Nueva Zelanda, horas después celebré el triunfo de los mexicanos en Rusia.

Eso sí, las risas que me evocaron los recuerdos de mi infancia la sigo disfrutando hasta el día de hoy. Que viva el futbol.





miércoles, 23 de noviembre de 2016

Del transporte público y sus usuarios

Por fin se desocupa un lugar y pido permiso para sentarme. La chica que ocupa el primer asiento me pregunta hasta dónde voy. ¿Importa? Necesito sentarme, el camión avanza rápido y en cualquier momento frenará de sopetón. 


Contesto a su pregunta y duda en cederme el primer asiento o el que está junto a la ventana. Opta por recorrerse y saca su lápiz negro para delinearse los ojos. 


El resto del camino trata de terminar con su maquillaje, tarea nada fácil y menos porque el sol le da en la cara. 


Cuando ve cercana mi parada, siento su mirada como preguntando a qué hora me voy a bajar. 


Al levantarme del asiento se recorre a mi lugar. De nuevo el maquillaje ahora sí, sin sol que la moleste. 


En esta tribu urbana cada día me sorprendo con nuevos especímenes, nuevas actitudes ridículas e indolentes. Lo normal pareciera ser lo extraño, y cada vez veo más al transporte público como una extensión de la casa. Ya no me sorprendo cuando veo a la gente desayunando, peinándose, maquillándose. Me sorprenderé el día que no lo vea. Ese día comenzará el Apocalipsis.